martes, 30 de septiembre de 2014

GRITA MÁS FUERTE

El silencio, la quietud de un bosque dormido,
la ilusión por miles de sueños perdidos;
el silencio, pero jamás la paz,
los pensamientos no cesan en una mente atormentada.

El silencio, pero su interior completo grita,
pide ayuda al vacío negro en el que habita.
Grita, grita más fuerte, no te hundas,
se desgarra por dentro en vano,
olvida que una vez fue humano.

Deambula entre árboles, el laberinto de su olvido,
grita aún estando dormido;
trata de seguir cuerdo, pero ahora...
Tan sólo está vivo.

domingo, 14 de septiembre de 2014

CENIZAS













PRÓLOGO


Había sangre. Había escombros. Pero, sobre todo, había fuego. Mucho fuego.
Éste avanzaba arrasando con lo poco que había a su paso.
La gente gritaba mientras corría de un lado a otro. Algunos se limitaban a quedarse parados, esperando una muerte segura. Pero para mí era como si alguien hubiera pulsado un botón y toda la escena hubiera perdido el sonido.
Como la mayoría, yo estaba corriendo, pero al contrario que todos, sabía a dónde me dirigía.
Esquivé un flameante árbol volador y me giré. A unos cuantos pasos por detrás Seth lo esquivó de la misma forma y continuó corriendo.
Me permití unos segundos de descanso hasta que distinguí la figura de mi madre a pocos metros, lo suficientemente cerca como para no perderme y poder verme entre todo el humo.
Tosí.
El fuego continuaba avanzando, los ojos me escocían del humo y si no me movía, pronto no podría ni respirar. La ropa se me pegaba por el sudor, y tenía algunos agujeros de chispas.
El fuerte empujón de una señora con rulos me devolvió con fuerza a la realidad.
Eché a correr de nuevo… saltando justo a tiempo para salvar una enorme grieta abierta en el suelo… Al contrario que mi madre.
-¡Mamá! –Grité con todas mis fuerzas, provocándome un nuevo ataque de tos.
El humo comenzó a entrar a raudales en mi garganta, bajando por la laringe hasta los pulmones, inundándome, impidiéndome respirar… Me ahogaba, tenía que salir, pero…
-¡Danna corre! –Seth me agarró con fuerza del brazo, arrastrándome lejos del precipicio, de mi madre, del humo…
Grité.
-¡Seth! ¡Déjame, suéltame! ¡Quita!


*DANNA*

-¡Danna!
Abrí los ojos de golpe.
-¡Joder Seth! Menudo susto me has dado.
-¿Seguro que he sido yo? –Alzó una ceja sonriendo levemente. -¿Otra vez el precipicio? –Se sentó a mi lado en un viejo colchón.
Yo me incorporé a su vez mientras asentía.
-Otra vez. –No hacía falta que dijera nada más, Seth ya conocía todo lo que había sucedido aquel día, sabía que lo había soñado cada noche desde que había sucedido… Prácticamente, lo sabía todo.
Nos quedamos unos segundos en silencio, y yo aproveché para observar la habitación.
Era una pequeña habitación cuadrada, con paredes ya más blancas que grises y agrietadas. A la derecha había un sofá raído y negro. Al fondo un montón de cables de colores enredados y dos monitores de vigilancia, uno de ellos una gran pantalla plana y el otro un armatoste cuadrado. Ambos tenían los cristales reventados.
Nosotros estábamos a la izquierda, pegados a la puerta, sobre un colchón viejo pero aún esponjoso. Todo un lujo, teniendo en cuenta las condiciones de la Superficie.
Finalmente, me decidí a romper el silencio.
-¿Oye, ayer no me dormí yo en el sofá? Te tocaba a ti el colchón. –Le miré acusadoramente.
Seth me miró riendo con cariño.
-No te puedes enfadar por un pequeño gesto de bondad, Da.  –Sonrió divertido. – A demás, ese trasto destroza la espalda.
La sonrisa no le duró mucho, pero no lo consideré mala señal. A los pocos que, simplemente vivíamos, nos costaba sonreír desde hacía dos meses. Desde el “accidente”.
Me puse en pie de un salto, haciendo una leve mueca.
Seth se puso rápidamente a mi lado, con un leve gesto de preocupación.
-¿Te duele el hombro?
Sacudí la cabeza.
-Qué va. En realidad ya está mucho mejor –Eso era verdad.- Sólo me duele al hacer movimientos bruscos.- De acuerdo, eso era mentira, pero tampoco era muy grave.
-Déjame ver.-Pidió Seth.
-No hay tiempo para tonterías, en serio. Ya no me duele. –Le sonreí.
Él suspiró, intentando evitar una sonrisa y me siguió fuera del cuarto.
Tras unos pocos pasos salimos a los Túneles.
Las pocas personas que habíamos sobrevivido a lo que llamábamos el Fuego, nos  habíamos refugiado en los Túneles,  cavidades subterráneas que conectaban toda California de Norte a Sur.
Hace unos cinco meses, los trenes pasaban por todas estas zonas, pero tras el Fuego quedaron inutilizadas. Por suerte para todos nosotros, yo había pensado en esto mientras huíamos.
Los Túneles tenían cuatro vías principales como los cuatro puntos cardinales, pero  también había miles de pequeñas ramificaciones por todas las ciudades y barrios. Eran la única zona de California, (y por lo que yo suponía, de América) que había quedado prácticamente intacta.
-Sonríe un poco- Me susurró Seth.
-Es difícil. –Pero hice lo que me pedía.
Caminamos uno detrás del otro hasta girar hacia una ramificación en la que el túnel se hacía más grande. Sin contar con las Cuatro Vías, ésta era una de las ramificaciones más grandes. En cien kilómetros a la redonda sólo había tres, contando con ésta.
Seth saltó delante de mí hasta la hendidura de las vías. Lo seguí.
Tras pasar a esa vía, volvimos a subir de un salto al andén, donde nos quedamos sentados.
-¿Para qué me has hecho venir aquí, Black? –Me preguntó Seth usando mi apellido.
-Tom nos ha convocado para algo importante.
Al poco tiempo de esperar se nos unieron Ashley (Ash) e Yvette, seguidas de Mike, Dave y Nick. Nos sentamos formando un círculo, algo alejados del borde. Una vez, Jacob se había caído.
Llegó cuando a penas quedaban unos segundos para que Tom entrase.
-Hola Jake. –Saludé. Jake era un gran amigo mío, y le hice un sitio a mi otro lado, entre Ash y yo.
Tom entró llevando una bombona de gas y un lumo. Guiñé los ojos, poco acostumbrada a la luz.
En los Túneles, lo máximo que podías tener, eran unos cuantos rayos en el mediodía que se filtraban por las grietas.
-¿Tom, qué haces con un lumo?-Preguntó Enma.
Me sobresalté. ¿Ella cuándo había llegado? No la había visto ni oído.  Estaba de pie, al lado de Nick.
-Me lo he encontrado. –Tom se encogió de hombros, sonriendo pícaramente.
Tom tenía unos cuarenta años, el pelo ya entrecano y era algo cascarrabias, pero la mayor parte del tiempo era una persona vacilona y agradable.  Ninguno de nosotros sabíamos de dónde había salido, cuando entramos a los Túneles nos lo habíamos encontrado ya en el interior, pero había significado muchas veces la diferencia entre vivir y morir debido a sus amplios conocimientos y su buena puntería con los rifles de asalto.
Tom orientaba muchas veces el grupo, sin llegar a ser el jefe.
Fruncí el ceño.
Él nunca se “encontraba” cosas. Y menos cosas tan valiosas.
-Tom… -Comencé, pero él me cortó.
-Como ya sabéis –Me dirigió una mirada de disculpa por la interrupción- , la situación en la Superficie es de desastre total, pero al menos ha mejorado un poco desde el Fuego.
Todos asentimos a la vez, y Tom apagó el pequeño lumo.
-Oye Tom… -Mike se levantó, algo cauteloso antes de hablar. –No todo está tan bien. Ayer sabéis todos que subí a la superficie, y…
Hizo una pausa. Ayer Mike, Dave y Yvette habían subido para conseguir provisiones y materiales básicos como cuerdas, cosas necesarias para nuestra supervivencia o que usábamos día a día. Yvette había traído lo mejor: medicinas. Por el contrario, Mike y Dave no habían encontrado mucha comida.
No hacía falta ser muy listo para deducir que la comida y los víveres empezaban a escasear.
-Yvette trajo medicinas –Continuó.- Pero Dave y yo trajimos comida. POCA comida –Resaltó.
Tom suspiró.
-O sea, que lo que queréis decir es que la cosa ha mejorado arriba, pero empeora abajo, y que de ambas formas estamos jodidos porque en ninguno de los lados la situación es lo suficientemente buena, ¿no? –Resumió Ash.
A mi lado Seth soltó una risita.
-Eso es andarse sin rodeos, ¿eh Ash?
Ella sonrió levemente y se encogió de hombros.
-¿Acaso no es eso, Tom? –Preguntó Enma.
Dave arrugó la frente, estudiando el rostro del viejo.
-Creo que eso no es todo…
-Así es –Tom asintió, dándole la razón.-Pensad, si escasea la comida por aquí, deberemos conseguir más, o moriríamos de hambre. –Alzó las manos- O a mi por lo menos no me apetece tener que comerme a otros humanos.
Al parecer Yvette fue la primera en comprenderlo.
-Tenemos que irnos.
No era una pregunta.
Asentí. El Fuego nos había pillado en Los Ángeles, y desde allí habíamos viajado a nuestro emplazamiento actual. En todo el camino no habíamos encontrado supervivientes que pudiéramos acoger. Los pocos que respiraban estaban demasiado malheridos como para poder aguantar nuestro ritmo.
Habíamos estado aquí tres semanas, lo que era un gran espacio de tiempo para un grupo de diez personas.
-¿Cuánto tiempo más o menos nos queda, Tom? –Pregunté levantándome.
Una nueva punzada de dolor me recorrió el brazo, y ahogué un gemido de dolor. Esta vez no había hecho un movimiento demasiado brusco.
Si el hombre se había percatado, no lo demostró. En lugar de eso se dirigió a Seth.
-Más o menos, ¿para cuánto tiempo nos da la comida que tenemos? –Preguntó.
Seth hizo unos rápidos cálculos mentales, pensando en las provisiones y en las posibilidades de viaje.
-Creo que podremos quedarnos dos días sin problemas, al tercero tendríamos que empaquetar lo que quedase y al cuarto como muy tarde deberíamos irnos… Si el resto de túneles no se han derrumbado, encontraríamos provisiones en el resto de ciudades y si todo va bien, en siete días podríamos estar en San Francisco.
-¿San Francisco? –Soltó Ash. –Eso está a más de una semana andando.
Tom rió.
-No por los Túneles.
-De acuerdo –Intervino Mike. –Iremos a San Francisco. Tenemos dos días. De acuerdo.
Tom sonrió amablemente.
-Puede que sea una noticia algo extraña, pero es necesario moverse, no podemos quedarnos en la zona mucho tiempo. Espero que lo comprendáis… ¿Os parece bien? –Preguntó.
Por toda respuesta nueve manos se alzaron a favor de la movilización.
-Contando con mi voto somos diez. –Prosiguió. –Entonces todo perfecto.
Con un gesto de cabeza Tom dio por finalizada la reunión.  Seth y yo nos levantamos a la vez, y esperamos junto a Yvette a que el resto se fuera para hablar un rato.
Con 19 años, Yvette me superaba en cinco mis 160 centímetros. Era rubia, de ojos grisáceos. Lo normal, teniendo en cuenta que sus progenitores (y ella) eran rusos. De hecho, se apellidaba Sikorvsky Se habían mudado a América cuando ella era pequeña y habíamos ido a distintas clases hasta que ambas nos apuntamos a atletismo en un polideportivo. Era lo único que teníamos en común, a ambas nos encantaba correr… Algo que ahora me sonaba demasiado irónico.
Casi siempre que estaba a su lado me sentía un poco… Baja de autoestima, pero Yvette era mi mejor amiga. Al menos ahora.
Y Seth… Seth era mi primo. Primo segundo o tercero, no lo sabía, pero era mi primo. Él era mucho más alto, tenía el pelo  también marrón, y los ojos oscuros.
-¿Qué creéis que haremos tras agotarlo todo en San Francisco? –Me atreví a preguntar. No es que fuera tímida, pero ésa era la típica frase tabú que todo el mundo evita hasta que alguien la dice y todo el mundo se pone muy dramático.
-Supongo que tendremos que movernos. –Repuso Seth. -¿Qué otra opción tenemos si no?
-No hay otra opción, supongo. –Comentó Yvette.
-Ya, -Seguí.- Pero ¿a dónde iremos entonces? Los Túneles se acaban fuera de California, y en la superficie por el día hace un calor derretidor. A demás el mundo está destrozado. Joder, si lo pensáis, sólo somos diez.
“Por el momento sabemos que América está destruida, pero ¿y si no fuera sólo eso? ¿Y si estuviera así el resto del mundo?.
Ya estaba. Lo había dicho.
Reflexionamos un minuto sobre lo que acababa de decir.
-Te has desahogado de lo lindo, ¿eh Danna? –Dijo Seth riendo.
-Supongo que tendríamos que asentarnos en algún lugar. Cerca de ríos o algo donde poder cultivar. Y a la vez cerca de los túneles por si vuelve a suceder esto del Fuego. –Comentó Yvette, que seguía pensando.
Sacudí la cabeza.
-Supongo que sí.- De todas formas era por la mañana, y no me apetecía mucho pensar.
Nos quedamos hablando un rato más, pero de cosas sin importancia, como  las habitaciones, el resto de túneles y sobre el resto del grupo. Sobre todo intentamos no hablar de la Superficie ni de todo lo cercano al Fuego.
Alrededor del mediodía empecé a agobiarme.
Solía sucederme a menudo desde que vivíamos en los Túneles. Comenzaba como un leve cosquilleo en el pecho y terminaba como si tuviera un agujero, impidiéndome respirar bien y haciéndome sentir sin espacio.
Toqué levemente el brazo de Seth y corrí hacia una bifurcación sin salida. Seth sabía a dónde había ido. Abrí una especie de tapadera del techo y escalé.
Nada más salir una oleada de calor y luz me hizo cerrar los ojos.
La Superficie.
Me senté entre el polvo y algunos cascotes de piedras y cerré de nuevo la tapa, dejando encima una pequeña señal para encontrarla luego.
Abrí los ojos. Aunque llevaba bastante tiempo viendo la misma imagen en la Superficie, siempre me impactaba.
Tan sólo había escombros y ruinas, un montón de escombros y humo. El polvo y el humo formaban una cortina tan espesa que no podía ver más allá de mis narices, uno o dos metros por delante. En el suelo aún ardían algunos fuegos pequeños, a penas brasas, pero se distribuían por toda la zona.
En nuestro emplazamiento actual y en Los Ángeles, el Fuego había sido peor. Eran los lugares más dañados materialmente…
Pero respecto a las personas…
Sacudí la cabeza. No quería pensar en eso ahora.
Me limpié unas gotas de sudor de la frente, y con un suspiro me puse en marcha.
Hoy no tenía ninguna misión en la Superficie, pero todos los días tenía la costumbre de salir, a “respirar”. Bueno, y si de paso me encontraba alguna lata de comida, no iba a ser tan descortés de no aprovecharla.
Conocía poco la zona, pero sabía orientarme a la perfección.
El paseo habría sido perfecto si no hubiera visto los cadáveres. O, si al menos, hubiera podido ignorarlos.
Había demasiados: bajo los escombros, algunos encima de otros; algunos eran simples cuerpos calcinados, huesos; otros tan sólo tenían heridas en la cabeza o incluso mutilaciones. Pero, como en mi sueño, lo que había por todas partes era sangre. Mucha sangre. La de miles de personas.
Las náuseas no tardaron en venir, pero fui capaz de aguantar la comida que tenía en el estómago. Supongo que un poco sí que me había acostumbrado.
Tarde o temprano, tendría que hacerlo.




















*DEREK*
Recorríamos las calles desiertas con paso lento, cansado. Llevábamos deambulando más de dos semanas, desde el Gran Incendio.
Había sucedido hacía tan sólo tres semanas. Lo impensable.
El fuego había superado la nieve, los enormes bloques de hielo de Alaska, los había fundido, abrasando todo lo que encontraba a su paso, casitas y perros incluidos. No había quedado nada.
Supongo que debía considerar lo mío como suerte, dado que junto con dos amigos y mi hermana  habíamos conseguido sobrevivir, pero no lo tenía tan claro.
Nuestras actuales condiciones eran bastante pésimas: Paul herido, con una quemadura por toda su pierna derecha de segundo grado, mi hermana Lena en estado de shock y yo con un principio de hipotermia. Al menos, Peter estaba mínimamente bien.
No teníamos comida y la mayor parte del tiempo teníamos que nadar por agua ardiendo o hielo congelado.
-¿Sientes la pierna? –Paramos unos segundos a coger aire, depositando a Paul con cuidado sobre una piedra.
Él asintió débilmente, girando la pierna para que pudiéramos verla. Le habíamos cortado esa zona del pantalón y luego habíamos hecho una venda con la misma. Estaba roja, empapada en sangre, pero al menos la herida no supuraba más de lo normal.
Al quitársela, vimos que por los bordes comenzaban a salirle ampollas.
Lena se alejó unos metros temblando y vomitó.
-Al menos no ha empeorado –Suspiré.
Peter asintió.
-Tenemos que salir de Alaska. No podremos vivir mucho tiempo en esta situación. –Peter se levantó y comenzó a andar en círculos.
-Deberíamos ir al sur. –Me sobresalté al oír a Lena a mi lado. –En el sur no hará este frío.
Asentí. No era una mala idea. Pero dudaba de que pudiéramos siquiera salir de Alaska.
-Y… Tal vez… -Paul tosió. –Encontremos  gente. Viva. No puede estar TODO EL MUNDO muerto.
Tenían razón. ¿Y si el Incendio había sido sólo en esta zona?
Disparatado, pero posible.
-Todo suena muy bien –Repuso mi hermana. –Y deberíamos intentarlo, vamos a morir de todas formas, -Era buena soltando pullas. –pero yo necesito un descanso, y Paul también. Llevamos andando veinte días, con exceso de agua que para colmo no es potable y con una comida digna de anoréxicos… Creo que es hora de hacer una paradita.
-¡Joder, qué genio tiene la señora! –Rió Peter. –¡Tranquilízate, Sthol!
Mi hermana alzó una ceja, mirándome.
-Este tío es imbécil. –Y se sentó al lado de Paul.
-Oye, sin insultar. –Replicó él, haciéndose el ofendido.
-Es que tú también… -Intervine yo. –Acaba de morir por lo que creo que toda Alaska y tú, ¡hala! Tan tranquilo… -Negué con la cabeza, sonriendo para mis adentros. Peter estaba un poco loco, pero siempre animaba.
Nos quedamos unos minutos sentados en las rocas, cada uno pensando en sus cosas, hasta que decidí levantarme.
-Creo que voy a ir a buscar algo de comida, o si no nieve que podamos derretir para beber… Que no esté ardiendo, claro. Si  no, por mucho que descansemos moriremos igual.
No se lo dije, pero necesitaba entrar en calor. Ya estaba haciendo fuertes esfuerzos por no tiritar, y estaba seguro de que andar me iría bien.
-Te acompaño. –De un salto, Lena se puso a mi lado, con un ímpetu que en verdad me sorprendió. –Si somos dos, somos cuatro ojos, y más posibilidades de pillar comida.
Sonreí.
-Vamos, L.
Empezamos a caminar dando saltos, evitando charcos de hielo y tratando de no mojarnos.
Buena idea esa de traerles agua, sobre todo si no teníamos un recipiente en el que transportarla. Éramos unos genios, se notaba ¿eh?
A pesar de todo, no me apetecía volver a por algún recipiente, así que intenté distraerme.
-¿Qué tal llevas todo esto? Lo que nos está pasando y… -Ésta era la parte más difícil. –Y lo que le ha pasado al resto. Ya sabes a lo que me refiero, ¿no? El resto de gente, nuestros padres… -Hice un ademán con la mano.
Lena se tomó su tiempo antes de responder.
-Es duro, supongo, pero creo que en situaciones extremas es cuando mejor se asume todo… No es tan difícil de afrontar la pérdida. –Se encogió de hombros. –En parte también es porque no puedo pararme a pensar en ellos.
Asentí. Podría parecer que no tenía corazón, pero no era así. Lena tenía razón, y lo sabía porque en el fondo, aunque me costara admitirlo, me sentía igual.
-¿Y tú? ¿Cómo te sientes respecto a eso de que, por el momento –Recalcó lo de “por el momento”. –tu hermana sea la única chica que queda en toda América?
Reí. No podía ponerme serio con eso o me deprimiría.
-Ay, hermanita, qué suerte tienes… Pues me siento algo jodido pensando que no voy a poder tocar nunca más un buen culo –Reí. –Y digo bueno, por eso el tuyo no cuenta.
-¡Capullo!
Riendo, me escabullí, pero Lena me alcanzó con un tortazo en la cara.
-¡Guarro! ¡Animal! –Ambos reíamos mientras ella intentaba darme alcance de nuevo.  Cuando por fin lo dejamos, jadeando por la carrera, Lena se cruzó de brazos. –Y que sepas que tengo el mejor culo de la historia.
Caminamos de nuevo, esta vez sonriendo. En pleno apocalipsis y bromeando sobre culos… Y luego era Peter el loco.
Unos quince minutos más tarde nos encontramos frente a unas cenizas de lo que debió haber sido una casita de madera, de la que ahora sólo quedaba un cacho de la puerta y cosas metálicas enterradas.
Empezamos a rebuscar entre los restos en silencio.
-¿Cucharas? –Alcé una cuchara del suelo.
-No, no nos sirven de nada. Mejor no llevar peso a lo tonto.
Las solté de nuevo en el suelo y me puse a remover la nieve. A veces quedaban latas enterradas, o cualquier otra cosa útil.
Buscamos en seis casas diferentes antes de darnos por vencidos y emprender el camino de regreso a las rocas donde habíamos dejado a Peter y a Paul. A penas habíamos encontrado comida: Dos manzanas medio carbonizadas y una lata de garbanzos en conserva, pero dentro de un bloque de hielo que tendríamos que deshacer.
-Qué asco de Incendio. –Bufé.
Lena no respondió, se limitó a mantener la cabeza baja, abatida.
Al menos ya no sentía tanto frío.
-Derek…  ¿Qué porcentaje de posibilidades de sobrevivir tiene Paul con la pierna así?
Suspiré.
-Unas… 25%.
-Lo suponía. –Lena miró al suelo de nuevo. –En parte quería hacer un descanso por él, para darle un tiempo a ver si mejoraba.
Asentí y la rodeé con un brazo por los hombros, en un intento de darle algo parecido a seguridad. Conseguí una pequeña sonrisa por su parte.
-¿Y un paracetamol le cambiaría mucho la vida? –Preguntó.
Me mordí un labio. Un ibuprofeno o un paracetamol nos cambiaría mucho la vida a todos…  O unas simples tiritas. Se lo dije a Lena.
-Sorpresa –Susurró, sacando de su bolsillo algo plateado con una pastilla dentro.
-¡¿Qué!? ¡Dios, L, eres un genio! –Grité.
De la euforia, corrimos el resto del camino. Habíamos hecho un camino de media hora en diez minutos. Probablemente me habría sentido orgulloso de ello de no haber estado tan pendiente del medicamento. Para nosotros (y más aún para Paul), era como un faro en una noche cerrada.
-Paul, te hemos traído una cosa. –Lena se arrodilló al lado de Paul, que estaba dormido y lo zarandeó levemente. –Te va a gustar.
Peter se acercó rápidamente, con los ojos brillantes de curiosidad.
-¿Habéis traído comida? –Me preguntó.
Hice una mueca arrugando la frente.
-No hay casi comida que haya sobrevivido, pero algo sí hemos encontrado.
Paul abrió lentamente los ojos. Una punzada de dolor le recorrió la pierna, al instante su cara perdió el color.
-¡Paul, relájate, que mi hermana no es tan fea, no te asustes! –Bromeé.
Lena me fulminó con la mirada antes de mostrarle la pastilla al chico.
-¡Hostia! ¡Drogas! –Soltó Peter. –Dime que es un tripi, por favor, por favor….
-No seas idiota –Bufó Lena.
-¿Ibuprofeno? –Susurró Paul.
-Más bien es paracetamol. –Aclaré. –Es lo que hemos encontrado, pero es lo mejor, creo. El ibuprofeno te hace sangrar más.
Peter hizo un gesto solemne poniéndose la mano en el pecho.
-Señores, el médico ha hablado.
Le di un puñetazo en el hombro y él me lo devolvió en la rodilla.
-Capullo –Susurré.
-Oh, mierda. –Lena se dio una palmada en la frente y me miró. –El agua.
Paul ya había cogido la pastilla y la miraba con los ojos muy abiertos, sonriendo. Parecía que no la iba a soltar nunca, pero cuando L mencionó lo del agua, pareció asustado y triste.
Rápidamente me levanté.
-Voy yo, no tardo. ¿Tenéis el…? –No había acabado la pregunta cuando Peter me tendió el cazo que usábamos para recoger el agua.
Empecé a correr por las piedras sin poner tanta atención en el camino, lo que me costó empaparme el chándal.
No tardé mucho en llegar a una zona en la que la nieve parecía bastante limpia.
Me arrodillé y empecé a echar nieve al cazo con ambas manos.
No era un trabajo muy duro, y por mala suerte me dio tiempo para pensar.
Yo era el mayor de los cuatro del grupo, y en parte eran responsabilidad mia. YO los sentía como mi responsabilidad. Ellos me habían seguido cuando llegó el fuego y les guié a una cueva en la que nos refugiamos. Les había conducido hasta donde estábamos ahora, y en cierto modo lo había coordinado todo.
¿Y si se morían? Paul lo haría casi seguro. ¿Me culparía de ello? No lo sabía. No sabía siquiera si me culpaba de su herida.
Y Lena. Mi hermana. La persona a la que más quería, y más ahora que nuestros padres no estaban. Siempre había cuidado de ella, y sentía que ahora debía estar con ella más que nunca. Pero comprendía que se sintiera triste.
Y haría todo lo que pudiera para que ella sobreviviera. Eso sí que lo sabía con claridad.
Cuando acabé de fundir la nieve e introducirla en el cazo, había conseguido deprimirme por completo.
Regresé arrastrando los pies y derramando la mitad del agua con el vaivén.
-Toma Paul. –Cuando se lo di, lo agarró ansiosamente y se metió la pastilla en la boca. En menos de cinco segundos ya se la había tomado.
-¡Hey! –Se quejó Peter.
Por toda respuesta, Paul se limitó a enseñarle media pastilla que se había guardado.
Reí.
-Tú sí que piensas en todo.





*DANNA*
Aunque siempre intentaba ir hacia sitios diferentes, mis paseos siempre acababan en los mismos lugares: zonas por las que había habido, a demás del Fuego, terremotos o desprendimientos.
En esos momentos, me limitaba a andar, y a veces podía hacer caso omiso de los cuerpos y del caos.
Cansada, me detuve a descansar en un viejo banco de hierro. Bueno, técnicamente eso ya no era un banco, sino una masa amorfa y plateada con rendijas en la que podía poner el culo. Pero me servía como banco.
Estaba ardiendo, pero aun así no era nada comparado con el calor del ambiente. El sol resplandecía imponente en lo alto.
Estuve alrededor de media hora simplemente observando el cielo, con el juego de luces que se formaba cuando se mezclaban sol, cenizas, polvo y ascuas de fuegos que aún no habíamos apagado por completo. En ningún momento miré al suelo.
-¿Qué, pensando? –Susurró Dave sentándose a mi lado.
Sonreí y me hice a un lado para que se sentara también.
-No mucho. Pensar es muy cansado –Bromeé.
Dave rió.
-¿No se suponía que con esto del Fuego estábamos todos depres? ¡Tía, eres una rebelde! –Me miró negando con la cabeza y riendo. –Vas contra las normas, ¡has vuelto a sonreír!
Le golpeé el hombro con cariño.
-¿Quién no ríe con un payaso así al lado? –Le miré entrecerrando los ojos para no dañarme con el sol.
-¿Ah, sí? –Alzó una ceja. –Pues que yo sepa, los payasos no le llevan el desayuno a las chicas.
Sacó un panecillo medio quemado y me lo mostró… Tras darle un mordisco.
-Así que me lo comeré yo. –Continuó, y le dio otro mordisco.
Hice una mueca como de enfado, tratando de no sonreír.
-Pues no sé si lo sabes, pero esta noche reparto yo la cena… A lo mejor lo tuyo es sopa de piedras con tropezones de madera…
-¡Me encanta la madera!
Pero me dio el panecillo.
Sonriendo, volví a mirar hacia el horizonte, royendo poco a poco el pan. A decir verdad, era todo un lujo tener uno entero para cada uno (bueno, técnicamente el mío no estaba entero).
-Oye Da, ¿a qué se debe el honor de que me traigas el desayuno? –Lo miré algo extrañada.
-Pues porque me apetecía y me aburría, Da.
-Somos dos “Da” abreviando –Observé.
 –Claro, lo bueno abunda -Bromeó él.
Nos volvimos a quedar en silencio: yo en mi mundo, pero sin pensar en cosas, simplemente como si estuviera hipnotizada, y Dave mirando al suelo.
Alcé la vista para darle las gracias, y le pillé mirándome.
-¿Qué? –Espeté.
Él se revolvió en el banco, visiblemente incómodo y desvió la vista.
-Estaba pensando en todo lo que pasó, en el Fuego… Y, bueno… Pensaba en lo que TE pasó. –Se revolvió el pelo. –Bueno, quiero decir…
Sí que estaba nervioso. Jamás había visto a Dave tartamudear o simplemente, que le costara tanto expresarse. A él –completamente al contrario que yo- no le costaba acercarse a las personas, y jamás se sentía incómodo hablando. Puede que fuera una de las personas más carismáticas.
-¿Qué? –Repetí, esta vez de forma más amable.
-Bueno, todos hemos perdido a nuestros padres, pero estaba pensando en que para ti debió de ser más difícil puesto que lo viste con tus propios ojos… -Se mordió el labio y me miró.
Dolía. No lo voy a negar, me dolió. A pesar de ello hice como si no, traté de ocultarlo.
-También es que una muerte no se ve todos los días… -Joder, no podía haber escogido una contestación peor.
Dave debió notar algo, porque no insistió con el tema. Al fin y al cabo, él también había perdido a su familia. Todos lo habían hecho.
Me las apañé para esbozar una sonrisa y salté del banco.
Algo refulgió a unos pocos metros de mí, cegándome unos segundos. Me acerqué a aquel objeto despacio.
Dave me miró con curiosidad, pero no hizo ademán de seguirme.
Me agaché y lo cogí.
Era algo redondo y pequeño, y ardía por el sol. Estaba recubierto de suciedad, y tenía los bordes gastados, irregulares y en algunas zonas hasta rotos. Con cuidado, me envolví la mano en la tela de mi camiseta y retiré la capa de mugre.
Un espejo.
Allí, se reflejaba una chica. El pelo cobrizo caía en una descuidada trenza hasta la cadera, pómulos marcados, nariz fina y recta, orejas tal vez demasiado pequeñas… Hubiera pensado que era otra persona de no ser por los ojos: unos ojos de un color indefinido, casi transparentes como el agua a causa de una enfermedad. Y allí, en el párpado del izquierdo, en la línea de agua, un lunar.
Era yo. Tenía que serlo, a pesar de la roña en la cara. A pesar de ser completamente distinta de cómo me recordaba.
Sostuve el espejo entre mis manos con delicadeza, como si temiera que, con el simple contacto, se partiera.