martes, 7 de marzo de 2017

Vive, convive, aprende.

Nunca habría podido imaginar que una tarde de sábado pudiera llegar a ser mucho más que una simple tarde de sábado. Quiero decir, cuando se presenta un fin de semana para el que no has hecho planes, las previsiones siempre suelen llegar a la misma conclusión: va a ser una tarde aburrida. Tal vez veas una peli, tirado en el sofá, mientras te atiborras a palomitas. Tal vez leas ese libro que empezaste hace unos días y tienes por ahí tirado en algún sucio rincón de tu cuarto. Tal vez… tal vez ni siquiera te levantes de esa desvencijada silla de la entrada al salón.
Una tarde de sábado te imaginas… una tarde de sábado. Tal vez esta sea la única definición posible y acertada.
Pero, hay momentos (como en los que te planteas qué es una tarde de sábado) en los que tienes que pararte delante del espejo y preguntarle a tu reflejo: “¿quién soy?”. Y no porque te aburras, no porque no tengas nada mejor que hacer… Simplemente a veces nos sale, y es en ese momento, al comprender -o desmontar- la propia imagen que tienes de ti, cuando te das cuenta de que realmente nada es inmutable. Todo cambia, de una forma u otra.
Creo que casi todos nos hemos preguntado eso alguna vez, ¿no? La verdad, yo mismo lo he hecho más veces de las que me gustaría admitir. No sólo en fines de semana, ni siquiera únicamente cuando tenía tiempo libre; a veces esta pregunta se abría paso en mi mente cuando tenía la agenda llena de eventos, exámenes y pruebas. Y la verdad, nunca he llegado a la misma conclusión.
La gran mayoría de nosotros creemos que sabemos quiénes somos, que sabemos por qué hacemos las cosas y que tenemos una identidad propia totalmente original…
Pero sólo el ser humano es tan idiota de mentirse así mismo, y encima, creérselo.
Cosas tan cotidianas y normales cómo maquillarse, tu peinado, tu manera de vestir, las amistades, tu trabajo, TUS sueños… Te aseguro que todo eso puede estar mucho más condicionado por la opinión de los demás de lo que TÚ te piensas.
No sólo es algo condicionado por tus amigos y/o familiares. La prensa, la radio, la televisión, el propio internet, los medios de comunicación en general ofrecen un bombardeo de publicidad constante. No sólo en los anuncios, no me malinterpretes, sino en todas partes. En el telediario, en programas de entretenimiento… Es un constante granizo de ideas que crean cánones, los cuales son un supuesto ejemplo a seguir ya que (supuestamente) son un modelo de vida ideal, han alcanzado la perfección en todos los sentidos y son plenos y felices. Esto genera en la población el sentimiento de una necesidad (falsa) de ser así. “Sociedad del consumo”, ¿te suena?
Es una sociedad que, en gran parte por culpa de estos falsos modelos a seguir lo único que fomenta es la competitividad. No la solidaridad, no el trabajo en equipo, no la empatía, no. Es necesario ser “el mejor” para triunfar. ¿Sabes qué? Yo no estoy de acuerdo. No me parece correcto. No somos nadie para juzgar ni qué es lo mejor ni juzgar en general. Fomentando la competitividad haremos que se desee que otra persona falle. Que lo haga peor que tú. Creo que no existe cosa más despectiva que un nivel, o que un “mejor o peor que”.
Bien. Me dices que tú no sigues estas reglas, que tú estás muy seguro de quién eres, al igual que yo lo estoy. Estás muy seguro de que quieres ser cantante y ganar millones, o bombero y tener un cuerpazo, o… o cualquier cosa, no importa.
Te voy a proponer una cosa: imagina que una mañana te despiertas y estás en una isla desierta. Eres el único habitante sin padres a los que hacer sentir orgullosos, sin jefes a los que rendirles cuentas, sin amigos con los que aparentar para ser aceptados ni chicos ni chicas a los que impresionar para gustarles: estás solo, y nadie te va a juzgar.
Puedes hacer lo que quieras, cuando quieras y de la manera que quieras… Es una sensación de libertad que no se puede explicar.
Y es en ese preciso momento en el que tienes que sentarte y hacerte las preguntas correctas: ¿Me esforzaría tanto en arreglarme si no hubiera nadie que me mirara o que me juzgara? ¿Y mis aficiones? ¿Seguiría machacandome tanto sin rivales con los que competir? Y, ¿qué hay de mis sueños? ¿Por qué mis metas pierden sentido al estar solo en esta isla?
Perdóname que te chafe esa imagen tan sólida que tienes de ti mismo, pero es que estoy seguro de que a la gran mayoría de nosotros nos daría igual la ropa que llevamos puesta, si llevamos pelo largo o corto, si se nos nota barriguita o si nuestra espalda es lo suficientemente ancha y musculosa.  Nos daría igual esa tele de plasma de 50 pulgadas, y el ordenador portátil con teclado luminoso.
Sin darnos cuenta, dejaríamos de lado todas aquellas cosas que hacíamos como robots programados con tanta normalidad y empezaríamos a actuar dejándonos llevar por nuestros instintos y nuestras emociones de una manera totalmente libre, sin miedos, sin prejuicios. Y me siento obligado a aclarar que sentirnos libres de actuar fuera de esos cánones no implica caer en la barbarie, no implica hacer locuras. Estoy seguro de que todos seguiríamos lavándonos los dientes, duchándonos, durmiendo, comiendo… Seguiríamos amando, temiendo, sintiendo.
Y es muy posible que cuando te des cuenta de esto descubras cosas de ti mismo que no te gusten, es posible que te traten como a un loco… Pero, al estar solos, es cuando dejamos de ser falsos y hacemos lo que queremos sin disfrazarnos o escondernos para encajar en la sociedad. Es cuando realmente podemos ver quiénes somos. Tal vez no lleguemos a comprenderlo, tal vez no lleguemos a conclusiones sólidas, tal vez nos asustemos al tratar de ver qué nos ha hecho ser lo que somos (o lo que nos creemos que somos). Puede incluso que jamás lleguemos a esa conclusión final porque nosotros mismos cambiaremos el camino hasta ella, nosotros cambiaremos en definitiva.
No se trata de ser un antisocial o un salvaje, no se trata de vivir solos, apartados del mundo y de la información, se trata de no ser un hipócrita contigo mismo, aprender a diferenciar las cosas que salen de ti de manera natural de las que haces para ser aceptado, para no parecer un bicho raro, para gustar.
En definitiva, saber quién eres.
Tal vez, como las tardes de sábado, tú debas definirte simplemente como tú mismo. Pero nunca olvides que es un “yo” mucho más complejo de lo que crees.
Y una simple tarde de sábado, me di cuenta de una cosa: Yo no era feliz. Hace un par de años me habría quedado ahí, en el “no soy feliz, y punto”, pero considero haber madurado bastante desde que acabé segundo de la carrera, y algo dentro de mi me hizo preguntarme el por qué. Y es que, durante mucho tiempo, había estado centrado en alcanzar ciertas metas y sueños, en los que estaba tan centrado que ni siquiera fui capaz de disfrutar el camino… Sueños y metas que, encima, ni siquiera eran los míos.
Si hay un consejo que puedo darte, es este: deconstrúyete. Vive, contigo mismo, convive con tu interior y con el exterior, y aprende de todo aquello de lo que puedas aprender. No es una tarea fácil, no es algo que hagas en una tarde. La deconstrucción implica maduración. Implica luchar mil batallas contra un gigante que piensa y razona igual que tú, ese gran gigante contra el que todos chocamos alguna vez en la vida y que hace que las bases de todo nuestro ser se tambaleen. Implica caminar por bosques oscuros y tropezar con mil raíces. Implica confusión, llanto, alegría, incluso comprensión. Todo esto puedes verlo por ti mismo.
Pero te diré otra cosa: merece la pena.
Y ahora dime, ¿quién eres?
(No lo sé. Yo, soy simplemente yo.)



No hay comentarios:

Publicar un comentario